Los helados, en general, son alimentos con valor energético medio o alto, salvo los de hielo, que suelen ser menos calóricos.
Por ello, según la OCU, los menos calóricos, con diferencia, son los polos y sorbetes (100 kcal/100g de media), seguidos de los de leche, con 210 kcal/100 g de media, mientras que los que llevan galleta o barquillo, son los que más calorías tienen (303 kcal/100 g de media).
No obstante, hacen hincapié en que, para saber exactamente el nivel calórico de cada helado, también hay que tener en cuenta su tamaño.
María del Mar Silva, dietista-nutricionista, señala que, por regla general, las personas somos conscientes de que tienen muchas calorías, excepto los helados aptos para diabéticos o “sin azúcar”.
Aun así, “hay que modular la ingesta de helados, no tomarlos todos los días.
Si un día tomamos helado, los dos o tres días siguientes podemos recurrir a otras alternativas como refrescos sin azúcar, zumos diluidos en agua o con hielo, aguas saborizadas, tés helados…”.
“Si tenemos una vida muy activa y en verano estamos dos horas jugando a las palas o estamos todo el día andando o haciendo turismo, podemos permitirnos tomar un helado”.
No obstante, Silva hace hincapié en que hay que ser conscientes de que un helado no es un alimento y que, muchas veces, cuando lo tomamos, desplazamos la ingesta de otros alimentos porque nos quitan el apetito o porque decidimos, por ejemplo, no cenar por haberlo tomado.
“Lo que estamos haciendo es sustituir alimentos que hacen que el cuerpo funcione por los helados, que no aportan nutrientes”.
Los hidratos de carbono, sobre todo los azúcares, son una fuente de energía, aunque menor que la grasa, y tienen una notable importancia en la elaboración de estos productos, ya que además de proporcionarles el sabor dulce, reducen el punto de congelación del agua e intervienen en la textura del alimento, ya que evitan que se formen grandes cristales de hielo.