En el siglo XVIII, en las grandes ciudades europeas, la burguesía descubrió los placeres de la vida social en todas sus variedades.
Aunque ciertamente, entonces como ahora, lo más sencial era «quedar» para tomar algo.
En otras épocas, ese algo habría sido una bebida alcohólica de las que se servían en tabernas no siempre de buena reputación.
En la era de la Ilustración, en cambio, se preferían productos más refinados, como el té, el café y el chocolate, todos ellos productos exóticos difundidos gracias al comercio con las colonias.
Otra opción era tomarse un helado, o un sorbete, como se solían denominar en la época.
Contra lo que cabría pensar, también el helado era algo relativamente novedoso, e incluso tan exótico como el café.
En los tiempos anteriores al congelador, existía en numerosas regiones de Europa todo un sistema económico para conseguir hielo.
Cuando nevaba en las zonas montañosas próximas a las ciudades, salían cuadrillas a recoger nieve que transportaban, en cestas o en sacos, a pozos excavados en el suelo, generalmente en zonas umbrías.
Allí la nieve se prensaba para formar capas que se separaban con helechos u otros vegetales, formando bloques de hielo que se conservaban durante todo el año.