Don Arturo Rosero, hijo de Benjamín Rosero, es a quien se le atribuye la aparición de los helados de paila en el sur del país.
Desde los tiempos en los que el hielo no se compraba a las grandes distribuidoras y fabricantes, sino que se bajaba del Cumbal.
Un día de estos le dice un ingeniero -Benjamín por qué no hacemos helados de paila.
Y mi papá –¿Y eso qué es?.
Benjamín Rosero era pastuso carajo.
De marcado acento y nobles formas.
Su motivación principal fue ella.
Fue retirarla de la estufa de carbón e iniciar un negocio que décadas después se convertiría en una de las tradiciones más importantes del departamento de Nariño.
La paila ya-.
Le trajeron 20 pailas a mi papá, la familia del campo.
Porque las usaban para dar de comer a los animales.
Mi papá consiguió todo lo que le pidieron, y empezamos a hacer los helados.
Fueron la sensación, porque era algo que nunca antes se había visto.
Después, vienen los secretos de papá y mamá.
Hasta ahora, donde se hacen los mejores helados de paila, es aquí en Santiago.
Así es Don Arturo, ocurrente y orgulloso de sus helados y su herencia.
Orgulloso de mantener viva y fresca la memoria de su familia.
Aquella, que le fue encomendada no sólo por los Rosero, sino por todos los pastusos y nariñenses, orgullosos de su legado.
Con nosotros se encontraba Doña Socorro.
La primera de los hermanos en aprender el oficio.
Se levantó lentamente, se acercó al refrigerador y sacó una bolsa con moras.
Vertió en la licuadora, y en menos de cinco minutos, tenía un jugo listo.
Se acercó a la paila de cobre.
Acomodó lo que ellos llaman la ‘cama’, y la empezó a girar lentamente mientras conversábamos.
Yo fui la primera que aprendí, antes que mis hermanos.
Mi padre me enseñó todo.
En ese tiempo, mis hermanos eran estudiantes.
Con mi mamá y mi papá trabajábamos los helados de paila.
Vainilla, mora, y fresa; los jugos en sus manos se convirtieron en una tradición que cumple décadas frente al Parque de Santiago.
Una tradición que se convirtió en relato desde el sur del país.