Un desayuno ligero, una comida abundante y el grand couvert.
Así llamaban al banquetazo que Luis XIV de Francia, el rey Sol, se despachaba a las 10 de la noche.
Consistía en más de 20 platos: faisán, marisco, sopa y paté como entremeses; pasteles de pollo, pavo, pato, jabalí, venado, tortuga con arroz y verduras y, por supuesto, los básicos, sardinas ostras y salmón.
Durante el largo reinado -de 72 años- de este monarca glotón, Francia protagonizó importantes cambios gastronómicos y comenzó a ganar fama de cocina exquisita, la mejor.
La comida se transformó en una ceremonia suntuosa y exagerada.
Por ejemplo, para la boda de una de sus hijas se preparó una mesa para ¡160 comensales!
Luis XIV mandó construir en el palacio de Versalles un gran edificio cuadrado, el Grand Commun, para alojar las cocinas: en 1712 trabajaban allí 324 personas.
La comida importaba mucho.
Nacieron nuevas mezclas como el roux, la unión de harina y tocino derretido: la base de la salsa bechamel.
Es curioso porque, según Francesca Sgorbati Bosi, autora de A la mesa con los reyes (Gatopardo Ediciones), la idea la llevó a Francia desde España Ana de Austria, mujer de Luis XIII, madre de Luis XIV y heroína de Los tres mosqueteros.
También esta reina española exportó la ‘olla podrida’ y el chocolate.