Los arándanos llevan años ganando protagonismo en las cocinas saludables —se han colado en smoothies, ensaladas, bowls de yogur y hasta como toque final en platos salados— y ya nadie duda de que merecen su sitio en esa ambigua categoría de superalimentos.
Si te preocupas por llevar una dieta equilibrada, seguramente los incluyas (o te hayas planteado hacerlo) en tu menú habitual, y quizá pienses que lo ideal es tomarlos frescos para aprovechar al máximo sus propiedades.
Sin embargo, puede que no sepas que la versión congelada podría ser aún mejor, al menos según los resultados de distintos estudios científicos.
«Los estudios muestran que los arándanos congelados mantienen los niveles de antioxidantes en las mismas condiciones que los frescos», explica la dietista-nutricionista Lola Cano.
Congelarlos en el menor tiempo posible después de su recolección es la clave para que mantengan los nutrientes por más tiempo, evitando el riesgo de pérdida de propiedades que hay desde que se recolectan hasta que llegas a tu mesa el arándano fresco.
Un estudio analizó la estabilidad de antocianinas y la actividad antioxidante en zumo y fruta de arándano almacenados a 4 °C durante 10 días y, aunque no se centra exclusivamente en la vitamina C, sí documenta que los compuestos antioxidantes experimentan pérdidas importantes durante ese tiempo en refrigeración.
La congelación facilita que sean más disponibles para el cuerpo, ya que rompe las paredes celulares.
La misma lógica se aplica a la mayoría de las frutas, y también a algunas verduras.